En la batalla tecnológica de la Guerra Fría de los años 60, las potencias mundiales competían por ver quien meaba más largo (con perdón).
Nada de Blockchains, inteligencia artificial ni startups raras en la nube.
Cosas que se pudieran tocar.
Y a poder ser, cosas que vuelan.
Misiles con cabezas nucleares, naves capaces de tocar la luna y volver y, por qué no, aviones que movieran gente bastante rápido.
Así las cosas, la carrera por el primer avión de pasajeros supersónico estaba on fire (a tope calderas en Albacete)
Contra todo pronóstico, a los yankis se les atragantó el tema. Las dificultades técnicas que aparecían una detrás de otra, y un presupuesto al que no se le veía la punta, hicieron que se retiraran pronto.
Los rusos, que por entonces se apuntaban a todo, empezaron los últimos pero apretaron su culo soviético y, sorprendieron a todos cuando en 1968 fueron los primeros en volar un avión de pasajeros bastante por encima de la velocidad del sonido. Más o menos a unos 2.500 km/h, que se dice pronto.
Aunque la zapatilla de alguna madre había volado a esa velocidad mucho antes, hacerlo con un avión que pesa lo que 30 retroexcavadoras era otra historia.
Lo malo de la bala soviética es que no había hecho más que levantar las ruedas del suelo y ya se le estaba encendiendo el chivato de la reserva.
Aquel avión gastaba combustible como si no hubiera un mañana, ni un hoy.
Por no hablar del ruido infernal de los motores rusos que sonaban como si fueras con las ventanillas bajadas. Para hablar con el del asiento de al lado necesitabas saber leer los labios, o una pizarra.
Mal.
Al mismo tiempo, ingleses y franceses terminaban su propio avión supersónico a marchas forzadas. Increíblemente, se habían puesto de acuerdo para desarrollar uno a pachas, y sólo dos meses después que los rusos, despegaba el famoso Concorde.
Tecnología punta, diseño sin igual y con autonomía para ir de Madrid a Paris 7 veces sin pasar por el surtidor.
Una maravilla de la ingeniería aeronáutica europea.
Un pepino de avión.
- Oh là là, quel magnifique!
- Yes I do.
Los pedidos llegaban a espuertas y todo eran palmas y celebraciones de champan con fish & chips.
Hasta aquí bien.
Pero la cosa se empezó a torcer pronto.
Por un lado la crisis del petróleo a comienzos de los 70 puso el precio del barril a precio de bitcoin. Poca broma para un avión que se chupa 25.000 litros de combustible a la hora.
Mal.
Por otro lado, un accidente fatal de la versión rusa le restó atractivo a eso de ir más rápido que una onda sonora.
Mal mal.
Y para rematar, varios países, con los yankis a la cabeza, van y prohíben que el Concorde sobrevuele su espacio aéreo porque hace mucho ruido (y por envidia cochina)
Súper mal.
El resultado fue que muchas aerolíneas terminaron cancelando sus pedidos.
Quien dice muchas, dice todas menos dos. Adivina.
Pronto se dieron cuenta de que no había mercado para aviones así, y sin embargo el proyecto siguió adelante.
Hacer un avión así sería difícil ahora, imagínate en los tiempos en los que los planos se hacían con tiralíneas, un ordenador ocupaba un armario ropero y en el colegio se estudiaba francés.
Las complicaciones se multiplicaban, los plazos se alargaban y la factura no tenía fin.
Del presupuesto inicial de 280 millones, poner el avión en el aire acabó costando 1.500 a cada pais.
La cosa pintaba mal, pero siguieron poniendo pasta con tal de “no perder” todo el dinero que habían inverdito hasta entonces.
Los más optimistas confiaban en que, una vez estuvieran terminados, los billetes se venderían como churros y tarde o temprano se recuperaría el pastizal.
Pero no.
Los pocos Concorde que despegaban iban medio vacíos.
La gente no tenía tanta prisa por llegar a Manhattan como para pagar los 10.000 euros que costaba la broma.
Allí ya nadie daba palmas.
Y todo por culpa de la falacia de los costes hundidos!
- What?
Ese error de apreciación (sesgo cognitivo para los leen a Kahneman) por el que damos demasiada importancia a los esfuerzos del pasado.
Se apodera de ti cuando mantienes una posición por el tiempo/esfuerzo/dinero que te ha costado conseguirla, a pesar de que ya no sea la mejor. Cuando a la hora de hacer algo, o dejar de hacerlo, tienes más en cuenta el pasado que el presente o el futuro.
Por ejemplo, cuando sigues con una relación que no va a ningún sitio, te empeñas en terminar una carrera que no te gusta o mantienes abierto un negocio que hace aguas.
O en situaciones más cotidianas, como cuando:
Estas lleno pero te comes el postre porque está incluído en el menú...
Pasas al cine a ver una película que no te gusta, pero “ya que estamos aquí”…
Guardas en el armario esa camisa que nunca te pones, pero fue muy cara..
O aún no te has atrevido a tirar los apuntes de la carrera.
Nuestras decisiones deberían tener más en cuenta los resultados futuros, y menos los hechos pasados.
Está bien mirar por el retrovisor, pero sobre todo hay que fijarse en lo que vemos por delante.
Y si no, pregúntale a los del avión.
Abrazo
Ezequiel
PD: esta suscripción sí que no tiene costes hundidos. Ni no hundidos.